Por Leandro Morgenfeld. El viernes pasado terminó la cumbre del G-20 en Francia. Como era de esperarse, sin demasiados resultados concretos. El gobierno griego, buscando espasmódicamente una salida a la crisis y la amenaza del contagio europeo a la orden del día. Berlusconi de salida y España, Italia y Portugal parecen las próximas víctimas, una vez que Grecia abandone, como se especula, el euro.
Pero la crisis no es sólo de las finanzas, aunque la prensa mundial se focalice especialmente en el palpitar cotidiano de los bolsas de valores. El mundo es un hervidero político. Crece el desempleo en Europa y Estados Unidos, pero también la ola de indignación. El gobierno de Obama, que desde sus orígenes pactó siempre con el ala ultraconservadora de los republicanos, y se vio amenazado por la proliferación del fundamentalismo anti-estatista del Tea Party, ahora también enfrenta la oposición del Movimiento Ocupar Wall Street, que se multiplica semana a semana y a lo largo y a lo ancho de todo el país (la semana pasada bloquearon el estratégico puerto de Oakland).
En ese complejo contexto, en el que está en discusión nada menos que la hegemonía occidental europeo-estadounidense de los últimos dos siglos, se produjo una cumbre, que no marcó ningún nuevo camino ni solución para nadie. Los BRICS, Europa y Estados Unidos no se pusieron de acuerdo en quién y cómo se haría cargo del rescate de la Eurozona, ni se coordinaron políticas globales.
El viernes pasado, tras el cierre de la cumbre, se produjo el postergado encuentro entre Obama y Cristina. Fue la escenificación del nuevo rumbo que, tras las elecciones del 23 de octubre, tanto la Casa Blanca como la Casa Rosada quisieron imprimirle a la relación bilateral. Desde la IV Cumbre de las Américas (aquella famosa reunión en Mar del Plata, en la cual se rechazó el proyecto estadounidense del ALCA, en el marco de una gran movilización popular, que excedió largamente la impulsada por algunos gobiernos de la región), el vínculo bilateral había atravesado distintos roces: la valija de Antonini Wilson (sindicada como una operación contra Cristina Fernández de Kirchner, poco después de haber sido electa); los cables filtrados por Wikileaks (en muchos de ellos se mostraban tanto la fluida relación de dirigentes opositores y editorialistas de algunos diarios con LA Embajada, como el doble discurso del gobierno frente a ciertos dirigentes latinoamericanos fuertemente enfrentados a Washington: Chávez o Evo Morales); el conflicto por el avión revisado personalmente por el canciller Timerman (a quién la prensa opositora acusó de haber sobreactuado, con objetivos meramente electorales), la gira latinoamericana de Obama (que viajó de Río de Janeiro a Santiago de Chile sin pasar por Buenos Aires) o los votos contrarios a que Argentina recibiera fondos del BID y el Banco Mundial.
Mucho se ha especulado durante estos días sobre las motivaciones de Obama: presionar por el pago a los fondos buitre, a las empresas estadounidenses que ganaron fallos ante el CIADI y al Club de París o porque Argentina acepte la revisión de su economía por el FMI. Por parte de Argentina, se mencionaba la necesidad de tener el apoyo de Estados Unidos para arreglar con el Club de París, equilibrar la balanza comercial, actual (e históricamente) deficitaria (facilitando el acceso de carne y limones, que cuentan con restricciones). Finalmente, en la reunión presidencial se mencionó el desequilibrio comercial y se creó una comisión para tratar la cuestión; CFK pidió apoyo para neutralizar a los fondos buitre; se trataron temas vinculados con la energía nuclear para usos pacíficos; se mencionó el lanzamiento conjunto del satélite argentino en junio y se ponderaron las acciones conjuntas para combatir el narcotráfico y la trata de personas. Más que avanzar en la resolución concreta de los temas pendientes –la reunión duró 45 minutos-, en realidad lo que se hizo darle un marco protocolar y público al relanzamiento del vínculo bilateral que, por motivos distintos, quiere cada una de las partes. El gobierno de CFK, porque el reconocimiento de Obama resaltaría su liderazgo regional y debilitaría la construcción de la gran prensa de que Argentina está aislada del mundo. Además, sería un punto fundamental para la vuelta al mercado internacional de capitales (tomar deuda) y para atraer inversiones (no fue casual la reivindicación que CFK hizo de EEUU como el segundo principal inversor en el país, detrás de España). En ese plano, quizás pueda leerse como el avance de los sectores del gobierno más proclives a endeudarse externamente, en un contexto financiero potencialmente crítico (la recesión mundial, si se confirma y profundiza, podría hacer caer la demanda y los precios de los bienes agropecuarios en los que se sustentan las exportaciones argentinas).
Por el lado de la Casa Blanca, el acercamiento con Argentina responde a una necesidad estratégica de reafirmarse en la región, en un contexto de relativo declive. México está sumido en una crisis sin precedentes por el avance del narcotráfico (50000 muertos en los últimos años), Brasil tiene una política exterior más allá de las pretensiones de Washington (apoya el plan nuclear de Irán, juega junto a China y Rusia en el BRICS, empezó a tener juego propio en Oriente Medio y está potenciando su relación económica con China), Colombia no parece estar tan alineada como lo estaba con Uribe, y el Chile de Piñeira es un polvorín político. En los últimos años, la OEA, definida en los ’60 como un “ministerio de colonias” que respondía a pie juntillas los mandatos del Departamento de Estado, fue perdiendo peso específico, en detrimento de la UNASUR y ahora la CELAC, es decir dos instancias sudamericanas y latinoamericanas que articularon diplomáticamente a la región en los últimos años sin darle participación a Estados Unidos. Acercarse a Argentina, en este contexto, es vital para Estados Unidos, para no retroceder demasiado en su “patio trasero”. No es casual que Obama haya planteado en el encuentro el tema de la próxima Cumbre de las Américas, a realizarse en Colombia en 2012.
¿Cómo sigue la relación Argentina-Estados Unidos después del relanzamiento del vínculo y los profusos gestos de entendimiento? En medio de una crisis interna muy extendida, difícilmente Obama va a arriesgarse a malquistarse con los poderosos intereses agropecuarios, renuentes a permitir el ingreso de importaciones primarias provenientes de Argentina. Ésta es una de las constantes en la conflictiva relación bilateral: el carácter no complementario de ambas economías. Sí buscará Obama que CFK continúe con su política de no proliferación nuclear, que vuelva a presionar al régimen iraní (en el contexto en el que un potencial ataque israelí es cada vez más esperable) y que siga cooperando en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. La puesta en marcha, una vez más, del operativo conjunto “Gringo Gaucho”, con tropas estadounidenses operando en el país es una preocupantes señal en ese sentido. Reforzada por el triunfo electoral, CFK puede parecer a los ojos de la Casa Blanca como un mal menor en el continente, frente a los Castro, Chávez, Morales, Correa u Ortega. Es necesario advertir contra las tendencias locales a profundizar el vínculo con Washington. La apuesta debería ser reforzar la integración latinoamericana, desde una perspectiva autónoma y antiimperialista, lo cual requiere, necesariamente, discutir el orden social vigente.